Oración introductoria
Jesús quiero creer Señor, pero ayuda mi incredulidad. Quiero ver con ojos de fe. Tú, ayuda mi vista. Haz Señor que, puesto a tu escucha, más te sienta, más te guste, más te experimente en la oración. Tu rostro busco, Señor. ¡Enséñame a buscarte...Muéstrame tu Rostro! Porque, si Tú no me lo muestras, no puedo buscarte. No puedo encontrarte si Tú no te haces presente. Te buscaré deseándote, Te desearé buscándote. Amándote Te encontraré, encontrándote Te amaré. (Cf. San Anselmo).
Evangelio
Lectura del santo Evangelio según san Juan 12, 44-50
En aquel tiempo Jesús exclamó: El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue:
Meditación
Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme -cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar-, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad...; el que reza nunca está totalmente solo. (...) El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás. En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Ha de aprender que no puede rezar contra el otro. Ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios. (De la encíclica Spes Salvi, De S.S. Benedicto XVI. n. 32-33).
Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme -cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar-, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad...; el que reza nunca está totalmente solo. (...) El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás. En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Ha de aprender que no puede rezar contra el otro. Ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios. (De la encíclica Spes Salvi, De S.S. Benedicto XVI. n. 32-33).
Autor: Jesús Valencia | Fuente: Catholic.net
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